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José Manuel García Marín

Granada a pincel (Final)

Granada a pincel (Final)

...Encontraremos, entonces, la enorme mole del Albayzin, con callejas de líneas sinuosas, voluptuosas, femeninas, entrecortadas por otras igualmente curvadas, que crean un fuerte efecto de movimiento, de ritmo aparentemente incomprensible, si se está inmerso en ellas, pero apacible y armonioso, visto desde arriba, que, aun sin advertirlo, penetra en nuestro ánimo, adecuado don de una acrópolis sagrada de columnas cipresinas. A la izquierda, el Sacromonte, perceptible pero difuminado, como contrapunto de reposo a la mirada.

Las rígidas líneas rectas de la Alhambra, verticales, seguras, estables, cómplices de las horizontales, sin las cuales no son nada, sólidas éstas y masculinas ambas, protegen un mundo de sensualidad, que ocultan, como un cofre de hierro de perfiles dentados, su interior cuajado de encajes. Ellas absorben la atención de nuestras pupilas, descansadas por el efecto de los tonos del Albayzin, ocres y blancos punteados de verde oscuro. Es una masa menor, pero equilibra, por su emplazamiento, en el imaginario lienzo, y por el grueso de las umbrosas pinceladas que semeja el bosquecillo de la colina, con tal efecto de realce, que aísla la Alhambra de la tierra y la hace levitar, como si de una roja llama se tratara, anhelante de cielo. Podría intuirse que ascendiera, que huyera, si no fuera por el límite impuesto por el trazo blanco de las nieves de la sierra, que la retiene estática. Allí se unen hielo y fuego indefinidamente, improfanables, envueltos en el azul granadino; ni aquél se funde, ni éste se extingue.

         Desde esta perspectiva, el observador queda sumido en el silencio, y si, al pasear, tenía un destino al que dirigirse, lo olvida, lo pierde, se abandona, sometido a esa alquimia mágica que lo hará permanecer sumergido, ya para siempre, en esta ciudad, atanor de la belleza. Quizá es que Granada sea el recipiente y nosotros el objeto a transmutar. 

 

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