EN UN PAÍS IMAGINARIO
Había una vez un país imaginario que se diferenciaba de los demás por la ineficacia de sus gobernantes. A ello había que añadir, en realidad, el más absoluto desprecio por la población y un desmedido amor por el poder y el dinero, que era el instrumento de intercambio, que llamaban teuros y que se guardaba en entidades privadas dedicadas a ese comercio: los tancos.
Los tanqueros ofrecían ingentes cantidades de teuros a los gobernantes, pero a cambio les exigían total obediencia a sus deseos e intereses, que los últimos, haciendo gala de su seriedad y agradecimiento, acataban punto por punto.
Lo anterior no quiere decir que los tiputados del Tongreso no tomasen alguna medida a favor de los ciudadanos de a pie, tales como:
- Subida de impuestos, que dificultaba el consumo.
- Bajada de sueldos e inseguridad del puesto de trabajo, para facilitar la competitividad; si bien los precios no bajaron, paradójicamente, pero ya se sabe que la alta economía es muy difícil de entender.
- Estrangulamiento de todo servicio público, como la sanidad gratuita o la educación.
- Endurecimiento de las leyes de manifestación y de libertad de expresión, conjuntamente con la anulación del poder de los jueces, como una de las garantías de libertad.
- Igualdad ante la justicia, V. gr.: el criminal que robaba una gallina era detenido y pasaba de inmediato a cárcel preventiva. Los mayores corruptos, en cambio, debían tener la oportunidad de hacer sus declaraciones, justificando los hechos con argumentos tan peregrinos y fantásticos que contribuían a dar sal a la política diaria. Por ello, no debían ser encarcelados. Además, en gente tan seria era impensable que huyera.
Naturalmente, con estas sabias medidas basadas en el bien común, lo normal es que fueran reelegidos.
NOTA: Toda semejanza con cualquier realidad es mera coincidencia, y lo del maestro Yoda se debe a que me gusta ese personaje y no obedece a ningún parecido con nadie.