El camino del sol (1)
Aún la frescura y el verdor de las umbrías de las corredoiras en la reciente memoria, enfiló las escaleras que bajaban hasta la plaza del Obradoiro, ya atenuada la novedad de la llegada y cumplidos los rituales casi milenarios. La plaza rebosaba de gente expectante a la vista del enorme escenario plantado en un lateral, bajo las estrellas.
Un fuerte golpe, como el del martillo del herrero contra su yunque, hizo vibrar todo el espacio ayudado por los potentes amplificadores. Inmediatamente le siguió otro, y otros nuevos se fueron sumando hasta componer la caótica melodía de una herrería de cíclopes. De improviso surgió una masa de músicos, cada uno con su instrumento: gaitas, tambores, trompetas, platillos, violines... que se agregaron en rítmicas oleadas, tornándose el caos en armonía aunque con fuerza atronadora.
En su cerebro se hizo lugar la imagen nítida de una multitud en las montañas. Eran guerreros celtas, todo un ejército, pero no dispuestos para el combate. Flameaban las banderas al viento, los caballos se levantaban sobre sus patas traseras, piafaban nerviosos, rompían en relinchos. Los guerreros profirieron gritos hasta aunarse en un cántico, secundado por los tambores y las gaitas. No había guerra; era la unión de los pueblos y la celebración de la diosa madre, la Tierra que, atendiéndoles, les transmitía su energía, su fuerza, visible en los cuellos y nervios de sus corceles, que parecían percibirla a través de sus patas...
Volvieron a su mente las escenas vividas. El paso por los caminos, las piedras, el sudor, la soledad por la Tierra de Campos, el polvo, blancas las botas, blanco el camino, tostado el campo abrasado por el sol. Los símbolos, las cruces templarias, la tau antoniana, los hospitales, descanso y consuelo de anónimos peregrinos sumidos en la lejanía del tiempo, grabada su pisada en el eco de las piedras. La contemplación entretenida en los milladoiros, alzados en lugares inesperados; montículos de piedras depositadas como homenaje y solicitud a los dioses bienhechores de los caminantes. Invocaciones milenarias cuya existencia actual admira y desconcierta... (Continuará)
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Alicia Fernández Romero -