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José Manuel García Marín

Manuel Mujica Laínez

Manuel Mujica Laínez

Diario La Opinión de Málaga de 10/10/2009

Un novelista en el Museo del Prado

Por José Manuel García Marín

"A poco que cae la tarde y empieza a anochecer, los personajes de las pinturas y las estatuas del Museo del Prado, se desperezan y sacuden. Durante el día entero, permanecieron inmóviles, dentro de sus marcos o encima de sus pedestales, para admiración y tranquilidad de los turistas. Nadie, ni el estudioso más avizor, pudo advertir alguna mudanza en sus actividades a menudo embarazosas, tan habituados están a cumplir con la plástica tarea que les asignó la imaginación de sus creadores.

Entonces descabalga el feroz caballero y cesa la fuga, en los óleos de Sandro Boticelli, suelta Velázquez el pincel, y las Meninas se frotan los brazos entumecidos, aletean los ángeles del Beato, de Van der Weyden, de Memling, de Correggio, de Tiépolo, se echan a volar, y concluyen posándose en las cornisas, donde dialogan con los extraños pájaros del Bosco...".

Así arranca un relato que sólo podía construir un maestro como Manuel Mujica Laínez y que, por fortuna, recupera la editorial BELACQVA, dentro de su colección La otra orilla, con su título original: "Un novelista en el Museo del Prado".

Como indica el propio autor en la introducción, el novelista es invitado de privilegio, si bien él mismo ignora el porqué, a estar presente durante una serie de noches dentro del recinto del Museo del Prado y, como tal, testigo único, mudo, de los sorprendentes acontecimientos y peripecias que suceden al oscurecer, cuando el museo cierra sus puertas.

Ese es el momento esperado para volver los personajes de los cuadros a la vida, en la tranquila seguridad de que no serán descubiertos, lejos ya, los visitantes, del edificio de Villanueva. Entonces se reúnen, dialogan, discuten, incluso rivalizan en un concurso de elegancia, para descansar, interrumpir la inacción, el hieratismo a veces, a que están obligados por el día, en tanto son observados, y combatir el anquilosamiento de sus miembros.

Mujica distribuye en esta edición, de 137 páginas, doce historias fascinantes, en las que se aúna la imaginación del novelista, con un profundo conocimiento del arte y de los grandes pintores, algunas de cuyas obras llevan expuestas en el museo desde 1819. Naturalmente, se trata de un libro que ofrece una particular visión de las escenas representadas en las telas de la pinacoteca. A él podremos recurrir en todas las ocasiones en que deseemos disfrutar de una mirada distinta y erudita. Sin ninguna duda, aconsejo al lector que use los libros de arte de que disponga o, en su defecto, se sirva de las nuevas tecnologías y utilice los buscadores de Internet, para contemplar los cuadros a que se refiere Manuel Mujica, mientras se deleita con sus descripciones.

En definitiva, es una narración que merecería haber sido escrita sobre un lienzo, en la que cada palabra es un color, que desprende olor a pintura, a óleo centenario, y los párrafos están cargados de líneas, de volúmenes, de sombras y de figuras. Para recrearse, en suma, con la plástica y con el placer estético del lenguaje.

 

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