Luminosidad levantina
No había recorrido yo la costa de Castellón y Valencia, pero en estas vacaciones he tenido la oportunidad de disfrutarla. Y no me refiero a bañarme en ella, sino de contemplarla, de oler y de recorrerla asido a manos amigas que saben señalar calas, rincones, pueblos; perenne la luz y el color de este Mediterráneo nuestro, capaz de adquirir apariencias nuevas en cada orilla sin perder esa ancestral personalidad suya, generadora de civilizaciones y cuna de culturas.
¡Qué luz! Castellonense, griega, tunecina, malagueña... es la misma luz que, complacida en derramarse sobre las tierras de sus márgenes, retorna festiva. Así, son dos luces: la que el sol proyecta y la que luego reverbera jubilosa, risueña, y que, ahíta la glándula pineal, provoca, incontenible, la alegría. Acaso tan radiante porque envuelve sedimentos de milenario contenido. Ese poso de historia que tremola, diversa y rica, en las riberas. Aquí, ¿qué piedras no han visto gloriosos hechos? Si hasta Papa tuvimos, clandestino y apartado, en la fortaleza templaria de Peñíscola, que parece emergida del mar, fundida a la roca o engendrada por ella. El Papa Luna. ¿No habría de llamarse así? La luna que, tremenda y mágica en todo este Oriente, de Castellón a Valencia, se asoma a las ventanas de los templos trocada en jirones de alabastro.
Palacios, castillos, mercados, cerámica, pintura... ¡qué densidad!, ¡cuánta belleza!
Se me quedaron grabadas las risas, restallantes, prendidas a los ojos, como llamas; y aquel amable dedo avisador de arcos, de torres vigía armadas de matacanes, de norias, de puertos, de mar. Siempre el mar. Y es que, ¿sabrá de mares un marino?, ¿sabrá de fuegos y alborozos una valenciana? Gracias, Modesto. Gracias, Merche.
1 comentario
Purificación Ávila -
Interesada como estoy en conocer tu Literatura y después de leer esta impresión tuya sobre Peñíscola, ya se me abrió la sed de leerte más.
Yo pasé un verano en plena Sierra de Irta, entre el monte y el mar de la foto. Escribí en aquella soledad que luego se transformaba en bullicio cuando llegaba a la playa y caminaba por su largo paseo marítimo. Visité el pueblo antiguo y me subí al Castillo del Papa Luna... pero te juro que no escribí un relato tan breve, intenso y bello como el que has dejado aquí escrito: la riqueza de vocabulario, las frases hilvanadas con las palabras precisas y los adjetivos más sutiles consiguen que este pedacito de historia que entremezclas con tu nostalgia y tu fina sensibilidad me hayan sabido a poco. Tengo que leerte más.
Me parece que tu Azafrán me va a gustar, José Manuel. Me ha bastado leerte esto. Y me he quedado prendada de tu prosa. Felicidades, de todo corazón.
Buen fin de semana, amigo. Ya sabes que te leo.(Y yo sé que tú me lees a mí. Gracias por eso también).
Puri.