FEZ, la ciudad milenaria
El domingo volví de Fez. Fui, acompañado de un amigo, por ciertos datos que necesitaba para la siguiente novela. No es que transcurra allí, pero sí parte de ella, y soy partidario de visitar los sitios, si después queremos describirlos adecuadamente. Lo contrario es una falta de respeto al lector.
Desde nuestro hotel se veía la primitiva ciudad, extendida como el cuero de los curtidores, aunque teñida con mil colores, presidida por la imponente masa del monte Zellagh. Por supuesto que nos internamos a fondo en la medina. Disfrutamos viendo la madrasa, las mezquitas, las callejuelas y los diferentes zocos de oficios: los zapateros, los perfumeros, los tintoreros, los carpinteros, artesanos que trabajan como hace mil años. Es un descendimiento a la Edad Media, un viaje al pasado. La ausencia de tecnología moderna nos reconcilia con lo humano.
Recuerdo la mirada azul de un viejo artesano de la madera, un hombre hábil con el cedro que, seguramente, pasó largos años de aprendiz. Un hombre serio, cabal, con el que dolía regatear... pero ese es el juego y ambos lo sabíamos. Por otra parte, es gente amable; como decía mi amigo: "están deseosos de agradar". No importa perderse en la medina, ¿acaso la vida no es un laberinto mayor?
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