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José Manuel García Marín

Un hombre de respeto

Un hombre de respeto

Partió un hombre este noviembre... alguien que se enamoró del brillo de unos ojos de mujer. Doy fe de que eran bellos y de que -arrojaban chispas, decía- despedían centellas de fantasía, de cariño, de ilusiones. Él supo conquistarla, reanudando su batalla cada día durante más de cincuenta años. Hasta los últimos alientos de ella, si esos ojos destellaban, llameaba él. Así, cuando su vida se agotó, él acabó por apagarse. De sus tres hijos, el varón fue mi amigo mucho tiempo, mucho, pero la muerte, inesperada, se atravesó entre ambos.

Siempre fue educado, servicial, generoso y cabal. Sé que en momentos económicamente duros de este país, y a pesar de tener un trabajo digno y suficiente, no se le cayeron los anillos, ni dudó un instante, en vender juguetes en las aceras de la plaza de la Constitución (entonces de José Antonio), por estas fechas, para colmar de regalos a los suyos. Eso, entre otras muchas cosas, a mi parecer, lo revela tierno y lo hace admirable.

Su existencia ha sido muy importante, necesaria, a mi experiencia. Ya se ha ido, pero en su camino estaba yo, y, claro, queda en mi.

 

1 comentario

carlos -

Ese hombre de respeto, me miró a los ojos cuando, en una comida, se enteró de que me iba a vivir con su nieta. Sin pestañear, aunque lo hubiera hecho, solamente dijo: cuídala siempre y sed felices.